No quiero perder de vista mi montaña. Esa que tiene altura y me marea, pero mi voz resuena libre y verdadera. No quiero olvidarme de ella. Esa que está compuesta de roca gris serena, aunque verde es su maleza. Esa donde el oxígeno escasea, pero a pesar de todo, el sol alumbra su cresta. Ahi está mi esperanza, mi vida, mi certeza.
A pesar del desacierto, a pesar de las caídas sobre el hielo, yo sigo en pie con mi maleta, a veces en camino y otras veces a la espera. Mientras tanto, no quiero detenerme en los domingos de pereza, ni en las horas de oficina que arrastra a otros mundos mi cabeza. No quiero perderme en laberintos, ni dar vueltas.
Quiero alcanzar la meta, esa que cuando llegas, aparece otra nueva. O lo que es lo mismo, quiero ver el final del túnel donde otro nuevo comienza. ¡Qué ilusión, qué simpleza! Quiero subir la escalera. Quiero, quiero, quiero verla. Y el sólo deseo me asusta y me inquieta. Pero mi montaña existe, y no cejo en poseerla. Quisiera contenerla unas horas, y después bajar al valle donde descienden las lágrimas, para encontrar el mar, navegar las olas, y volar mis cometas sobre el tejado de una barca velera.
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