Totnes

5 de abril de 2013

Las suaves colinas del condado de Devon se despliegan delante de mi vista. Temía mucho la lluvia, pero desde que llegué a este rincón del sudoeste de Inglaterra, un sábado frío y gris de primavera, el sol ha sido amable y ha mostrado sus rayos, templando escasamente mis congeladas manos, que tratan cada día de llegar a la escuela, junto al resto de mi cuerpo.

Estas manos, las mías, se apoyan cada día sobre el manillar de una bicicleta azul y aprietan fuerte los mangos, como si eso restara frío a los cero grados que amanecen cada día. Qué bella es la poesía entre mis dedos, susurro cada mañana mientras pedaleo cuesta arriba, cuesta abajo. Sé que todo esto lo escribiré en un bello blog y tú, lector o lectora, no quedarás defraudado. Sonrío ahora. Estoy sonriendo. Porque me lees y busco tu complicidad, para contarte cosas extraordinarias que me están ocurriendo.

Lo que voy a contarte es tan extraordinario como atreverte a vivir, de vez en cuando. En cualquier caso, mi viaje a India me trajo a la vieja Inglaterra. Pero ella no tiene nada de vieja, es verde y viva como las ostras sobre las rocas de un mar revuelto. Y alegre y serena al mismo tiempo, Inglaterra me ayuda a mirarme por dentro, aunque confieso que este frío intenso no ayuda a la sinceridad, amiga del colegio. Trataré de no enredar más el asunto y solamente te animo a leer la siguiente parte, que llegará muy pronto.

                                    Totnes, tierra de colinas, envuelta en la bruma

Totnes, la magia de un sueño                                                             7 de abril

Ahí lo tengo, justo delante. El sol es una esfera redonda, a ras del horizonte, y su luz dorada se cuela entre los árboles, tiñendo los campos verdes de láminas de oro. Todo esto lo contemplo desde la cristalera del porche, fuera hace frío. Siete grados y medio, marca un aparato en la cocina. Pensaba que después de India, ya no volvería a disfrutar de un atardecer tan hermoso, pero como casi siempre, me equivoco. Mi parada en esta localidad sureña llamada Totnes, me regala cada día escenas inolvidables de sus colinas verdes y sinuosas, siempre las mismas, siempre distintas...

Enseguida supe que Totnes era un lugar mágico, que esta plácida población a orillas del río Dart podría desvelarme algunos secretos sobre mi lugar en el mundo. Cada día, mi paseo en bicicleta atraviesa las deliciosas calles de adoquines en torno a High Street, destapando a mi paso las macizas casas solariegas de estilo normando, la iglesia románica de St Mary con su torre de arenisca roja, la vista del castillo medieval sobre lo alto del cerro, mientras algunos músicos afinan sus melodías y las familias pasean, de comercio en comercio, de acera en acera, de saludo en saludo, se detienen y conversan.

Desciendo la larga avenida presionando los frenos, la pendiente es pronunciada. Tras pasar bajo el arco redondo de la escuela, sobre el cual un viejo reloj anuncia la hora con exactitud británica, voy frenando un poco más, hasta que llego al sólido puente romano bajo el cual fluyen las aguas tranquilas del río. Aparco la bicicleta en ese momento, y camino unos pasos, hasta alcanzar la cima del puente. Ignorando el frío que atenaza las articulaciones y enfría mi nariz, dejo perder mis sueños sobre los suaves meandros. Intento absorber el tenue calor del sol, al albor de esta fría primavera, y me siento viva, tan viva como las rollizas gaviotas que salpican las orillas.

Este es mi paseo de cada día. Aún no he olido la lluvia. Quizás mañana espesas nubes grises procedentes del Canal de la Mancha traigan gotas de agua. Entonces, no habrá romanticismo en mis palabras, tal vez sólo un leve gruñido, odio tener que llevar paraguas... Pero será un gruñido matizado por el olor a tierra mojada y el abrazo de mis nuevos amigos. Sonrío.

                                         El rio Dart a su paso por Totnes

                                        Imágenes del puente romano sobre el río

                                      

Aspereza                                                                                        8 de abril

Hoy escucho bramar al viento al otro lado de la cristalera. Tras varios días soleados, finalmente, un manto gris endiablado ha cubierto el cielo, envolviendo el campo en una bruma insípida y fría. A pesar de ello, los pájaros cantan alegremente, como si anunciaran el fin de los rigores del invierno, como si mostraran con su aleteo ágil y piadoso, que ya por fin es primavera. 

Iba yo pedaleando hasta la vecina Dartington, cuando de repente se quebró la cadena. "Me quedé sin bicicleta!"- pensé instantáneamente. La amarré con el candado a una farola y decidí realizar el camino a pie, generosamente arropada con el gorro, la bufanda de lana y unas buenas botas. La carretera local discurría en línea recta por un entramado de colinas, y estaba flanqueada por robustos árboles de ramas esqueléticas, en las que aún no han brotado las hojas. En un cruce de vías, perdí el sentido de la orientación y no logré vislumbrar el camino correcto. "Me he perdido", asumí con indiferencia. 

Tras casi dos horas de caminata a través de suaves pendientes, recordé algunos episodios del Camino de Santiago, experiencia que culminé el pasado mes de septiembre. La ciudad de León fue el punto de partida. Allí, una hospedería recia y austera regida por monjas benedictinas, nos acogió a mi compañero y a mi para pasar una primera noche ruidosa y poco alentadora. No pegamos ojo. Al despertar sobre el amasijo de literas, perezosa farfullé: "Esto no me gusta".

A pesar de todo, echamos a andar. Fue una primera jornada fea, predominada por varios polígonos industriales a nuestro paso por las afueras, y rematada por varios kilómetros de meseta aburrida. A medio trayecto, hicimos una parada en la Virgen del Camino, donde por vez primera, saboreé la sensación de reposar el cuerpo en el silencio de un templo. Sencillamente sentada sobre un banco de madera, contemplé un momento la bóveda impersonal de esta iglesia moderna, quizás por este motivo, vacía de esencia. Esta visita incolora, no obstante, sería sólo la primera de un largo discurrir por ermitas románicas, donde la divinidad, en mi corazón atesorada, hallara un alivio para el cansancio, una reflexión aislada, un instante de paz en la turbación de mis piernas fatigadas. 

Unos diez kilómetros después, alcanzamos un pequeño robledal, donde volvimos a detenernos. Advertí entonces que en mi pie izquierdo, en la cara interna del talón, había brotado una ampolla. Este hecho me entristeció; no imaginaba que ya el primer día, comenzaran los problemas. Cuando solté la mochila en el albergue del siguiente pueblo, en la apartada aldea de Villar de Mazarife; aún seguía abrumada. Sin embargo, con el paso de las horas, mi perspectiva de las cosas fue cambiando. Tras el copioso almuerzo, comenzó a abrirse un atardecer radiante, teñido de rojos y violetas, surcado por el vuelo de algunas golondrinas, sereno. Me sentía muy feliz. Nos acercamos a una terraza a tomar una cerveza fresca, cerca de otros amigos del camino, procedentes de toda Europa, del planeta. ¡Un universo en la rutina castellana!. "Sólo es un ampolla", me consolé, "podré continuar".

Regreso a mi ventana de Inglaterra. ¿Cuándo comenzarán a brotar las hojas? ¿Cuándo explotará de verdad la primavera? Mañana tengo que ir caminando a la escuela, porque mi bici está rota. Espero que no llueva, sólo pido un día más de ausencia de gotas. Ayer por la noche, el cielo estaba plagado de estrellas. ¡Estrellas en Inglaterra!, me sorprendí exclamando mientras descolgaba la ropa seca. Sí, esta tierra no es tan áspera como intuía. Sólo son ligeras asperezas. Está oscureciendo, voy a preparar la cena.

                                       A través de mi ventana de Inglaterra


Let's dream of a better world                                                    10 de abril

Let's dream of a better world. Let's imagine a world where one person smiles to the other without fear, without anger, with happiness. Let's make life easier, because a better world starts when you show your authenticity to the others, despite the suffering you experience, despite your unhappiness or your hate... Because behind all your misery, love is there, asking you to improve eveybody´s life with very small things as thanking or forgiving.

True life starts when you forget the other's darkness, to help them to find their power, their capacity to became a brilliant person, so that other people could imitate a new way of life, an unique way to reach the peace inside us. This simple but revolutionary thought must be the first step to looking for happiness. Let´s dream of a better world.



La noche en vela                                                                     18 de abril

La madrugada se cierne sobre Inglaterra. Una luna menguante plateada araña el cristal de mi ventana. Escucho al otro lado, el sonido incansable del viento que silba entre las ramas. A veces, es un rugido intenso, como las olas del mar cuando estallan. Envuelta en mi jersey de lana, dejo la ventana entreabierta, me gusta escucharlo, sentir su agitación me calma.

Horas antes, cuando la noche ya era cerrada, regresaba del pub en bicicleta por Plymouth Road, peleando con el gorro para taparme bien las orejas, aún el aire es frío en primavera. Sin luces, con mi falda estrecha sobre los muslos alborotados, trataba de apresurarme por la vía desolada, aún me quedaba un tramo hasta llegar a un cementerio de lápidas maltrechas. Pasado el camposanto solitario, afronté una suave pendiente, y por fin, jadeando, torcí a la derecha para entrar en mi vecindario de casas adorables, con cuidados jardines y tejados de pizarra. Algo cansada, caminé el último trecho, empujando la bici con mis brazos, mirando el cielo oscuro y las estrellas, que asomaban entre las nubes negras. "Ya he llegado a casa", susurré en mis adentros.

Me gustan mucho las estrellas. La vida me ha regalado lugares preciosos donde contemplarlas: el desierto sahariano, la cordillera andina en Venezuela, la casa del pueblo donde pasaba los veranos de la infancia... Me siento muy agradecida, porque también el cielo de Totnes es limpio y claro como un lago de Alaska. En esta bóveda celeste, cuando se despeja, las estrellas penden como alfileres brillantes, hincan sus crestas cristalinas en la sombra. Mientras regreso a casa, suelo alzar la cabeza para mirarlas, en un intento funesto de tocar su parpadeo chispeante. No quiero llegar nunca a mi destino, sea cual sea, deseo dormir en la noche y que la noche encendida se apague en mi hoguera.

Hoy en la escuela, mientras charlábamos de filosofía, recordé una cita hermosa del poeta indio Rabindranath Tagore: "Si lloras porque se ha ido el Sol, tus lágrimas no te dejarán ver las estrellas". La noche del alma, negra como un grillo, se ilumina de esperanza.

                                       La casa donde vivo, en Plymouth Road


Brighton                                                                                  22 de abril

Fue delicioso contemplar Brighton desde el muelle. Era una tarde de abril dominada por densos nubarrones. Laura y yo paseábamos por el histórico muelle, cuando el cielo comenzó a abrirse, anticipando un soleado fin de semana en la costa sur de Inglaterra. Me divirtió observar varias atracciones infantiles, que se dispersaban a lo largo del malecón, invitando a disfrutar de un recinto ferial en mitad del mar. La montaña rusa, una noria... La escena parecía sacada de un cuento de Navidad. 

Al poco de caminar, las bombillas que completaban el letrero de "Brighton Pier", se iluminaron sobre la cúpula blanca que campaba en mitad del dique. Nos asomamos distraídas a la balconada e hicimos fotografías, posando alegres sobre la baranda de forja. Reimos, abrochando bien los abrigos, la tarde oscurecía y el aire era más fresco. A nuestra espalda, la ciudad se extendía abierta al mar, sobre una larga playa de piedras. Más allá, emergiendo en ruinas sobre el agua, se adivinaba la estela de otro antiguo muelle, suspendido su esqueleto de madera sobre el ondulado gris turquesa de las olas.

Todo al compás, mi corazón y el mar, la serenidad de la tarde, las conversaciones que tienen dos personas que se encuentran, después de un año. Ha ocurrido tanto, en tan poco.

Al día siguiente, desde el hogar de la familia británica que nos hospedaba, amanecía un cielo azul radiante a través de la ventana. Desayunamos café y bollitos de chocolate, e inquietas, enseguida comenzamos a cocinar una gran paella en el jardín, sobre la barbacoa que había preparado el padre de familia, Martin, envuelto en su camisa hawaiana. Vestidas de rojo y adornado el cabello con flores, troceamos la cebolla y el tomate fresco, preparamos los calamares, los mejillones y las gambas. Espolvoreamos con aceite la enorme sartén sobre el fuego. Por momentos, el jardín se convertía en un hervidero de cenizas, que volaban por encima de nuestras cabezas. "Un poco más de sal", lamíamos la cuchara entre los tosidos provocados por la humareda... "¿Quedará rica la paella?". Carcajadas.

Muy pronto, comenzaron a llegar los invitados. La cocina rebosaba de comida: Ensaladilla rusa, rodajas de tomate con mozarella, pollo al ajillo con patatas... A lo largo del mostrador y en la mesa del patio, se desplegaba un festival de comida, que regamos con vino de Aragón, afrutado, riquísimo. Sonaban sevillanas y bailamos, bailaron. Los zapatos taconeaban. Quienes no se arrimaron al baile, charlaban en el jardín, entre botellines de cerveza, sonrosadas sus mejillas bajo el sol templado de Brighton. "La paella está sabrosa", se escuchaban algunos comentarios.

Existen momentos de reencuentro con personas que has conocido en algún momento de tu vida. Es hermoso.











En la tierra de Oz                                                                        25 de abril

Un domingo nublado me acerqué pedaleando hasta el cine de Dartington. Rodeado de colinas y prados, un histórico solar de piedra albergaba la acogedora sala de butacas. La única sesión abierta correspondía a The Wizard of Oz, de modo que compré mi entrada sin vacilar, no había elección. El Mago de Oz y sus canciones alegres me llenaron los ojos de lágrimas. "Qué infantil soy", me avergonzaba amparada por la oscuridad de la sala, murmullos de algunas niñas, mientras tanto. Aunque ya la vi hace años, había olvidado gran parte de la historia.

En su viaje por la tierra de Oz, Dorothy va tejiendo amigos por el sendero amarillo que le lleva hasta el Mago. Todos quieren pedirle algo. El espantapájaros desea un cerebro; el hombre de hojalata, un corazón; y el león cobarde, valor. Durante el trayecto, diversas aventuras ponen a prueba a estos personajes, quienes por el contrario, resuelven cada incidencia con inteligencia, amor y valentía. Aún no saben que no necesitan pedir nada al Mago, todas esas cualidades ya las llevan consigo, las van desarrollando. ¡Qué bello mensaje...! Al final de la historia, el Mago resulta ser un impostor, y Dorothy, ayudada por el hada, regresa a casa, a la monótona pero amada Kansas. ¡Mi hogar es el mejor lugar del mundo! resume la moralina de este clásico.

Se encendieron las luces de la sala y algunos niños comenzaron a vociferar, inquietos. La película había terminado. "Yo no tengo un verdadero hogar", me lamenté en ese momento, "¿Cuál es mi hogar ahora? ¿será la libertad? ¿será la incertidumbre, el vuelo de los pájaros, mis sueños de oro sobre el camino mojado?". A mi regreso, una lluvia real regó por fin el condado de Devon, cayó generosa sobre mi gorro de punto, me mojó las piernas mientras remontaba la ladera, aparcando a un lado el torrente caudaloso del río Dart.

Al principio, era una lluvia ligera, no le hice caso. Yo iba en bicicleta, observando los márgenes del río; en algunos tramos, arroyo. Sentía el sonido de la corriente bajo los puentes arqueados, me detenía de vez en cuando, para hacer alguna foto... Un viejo molino, el bosque a lo lejos. Pronto, comenzó a llover con fuerza. El río era un mar desbordado, su seno fecundo acogía con hondura al aguacero, formando amplios charcos en las orillas. Al paso de las ruedas, la tierra arcillosa se disparó sobre mi abrigo blanco, y la humedad penetró mis guantes finos de plástico. Concentrada en el camino embarrado, ya no me detuve hasta regresar a casa, donde encogida y helada, me soné la nariz con esmero.

"Mi hogar se parece a la tierra de Oz", miré por la ventana, levantando la vista hacia el campo. "Mi hogar está en el pozo luminoso donde navego, en el tesoro de mi corazón zozobrado, donde vive la alegría, a pesar de todo. Mi hogar está en mi ser, lo llevo conmigo todo el tiempo", sonreí con ternura al conocer el secreto.

La lluvia resultó muy incómoda, pero así lucen hoy los montes, de un verde esmeralda que corta el aliento. Así suena hoy el viento sobre los témpanos de algunas flores desnudas, que se atrevieron a nacer prematuras sobre el prado escarchado. Así sueñan hoy mis sueños, con ansia de tocar la primavera, amarrados mis dedos a los escasos rayos de Sol que a veces se filtran, entre los cielos encapotados. Mi hogar y yo seguimos latiendo.

                                                   El cine de Dartington



El camino de regreso junto al río    

 

                                          Imagen del río Dart bajo el aguacero




Primavera                                                                                 9 de mayo de 2013

¡Flores amarillas! Por fin despertó la primavera en el sur de Inglaterra. Un sol estrellado derrama su luz clara sobre las callejuelas de Totnes, ilumina las colinas serpenteantes, dibuja trazos brillantes entre los árboles del bosque. Robles y arces, esos que antes eran lúgubres esqueletos grises, ahora renacen de verde en sus hojas, ¡rebosan de brotes! Y el cielo es distinto... Un color nuevo se respira en el aire, intensamente azul, infinito, a veces surcado por el halo vagabundo de nubes breves, que pasean ligeras, sin equipaje.

Tengo algo muy importante que contarte, lector, lectora. En Totnes vivo feliz, respiro, tal vez impulsada por los torrentes de energía que me aportan los pedaleos diarios sobre la bici. Por la noche especialmente, de camino al pub, cuando el aire es frío y me corta la piel, ruedo con el gorro del polar sobre mi cabeza. En ese momento, imagino que soy el niño de E.T., volando hacia la luna. Vislumbro mi silueta encapuchada al cobijo de alguna farola errante, y es como si volara. "Soy el niño de E.T.", susurro entredientes, oculta mi boca por mi pañuelo palestino violeta, que me da vueltas al cuello, me sofoca. Y me hace gracia. ¡Me río!

Lector, Lectora.... tengo más secretos guardados para ti. No sólo de pedalear entre bosques se alimenta mi felicidad. Los fines de semana, la plaza de Totnes despliega su mercado alegre, los músicos tocan. En los puestos, se venden artículos de todo tipo, pero mi vista, mi corazón y mi olfato se dirigen a los puestos de comida... Es sencillamente dichoso sentarme en un banco de la escueta plaza, bajo el sol de mayo y el aire helado rondándome la cara, con mi pedazo de cartón rebosante de delicias gastronómicas locales, humeando, caliente.

Entonces exclamo, "oh, sorpresa..." Después de hacer cola para una suculenta ración de arroz con vegetales, mi paladar descubre que el plato lleva un curry picante, muy picante... ¡Y cuánto difruto ese momento de perplejidad! Porque sin buscarlo, en cuestión de segundos, el incidente me traslada a India, mi odiada y amada India. Y allí me quedo, en mitad de la plaza, estupefacta, saboreando la intensidad de las especias, masticando cada grano de pimienta, el cardamomo, el azafrán, la canela y el clavo... El calor sofocante, la gente que todo lo invade, los trenes... La basura, los cocoteros, los niños que juegan y se rien. Las eternas playas del mar de Arabia. Una tortuga en la orilla, qué suerte...

Aún no sé qué ha querido decirme India. Necesito pensar.
 
Hoy es distinto. Hoy vivo en Totnes, a salvo de mi misma. Aquí no me canso de mirar el vaivén de los bosques, que se mueven lentamente, empujados por el aire fresco de la isla. Estos bosques vivos, recién renacidos, susurran a mi oído que aún es posible, que hay esperanza, que podemos hacerlo, que la vida, tan áspera en su rutina, es un viaje apasionante. Sólo entonces, cuando escucho detenidamente, me siento invadida por una inquietud alegre, esa que me dice... ¡Adelante! Siento gusanitos en la tripa... y no estoy enamorada, ¿o quizás sí? ¡Welcome primavera!

                                    Los árboles ya no son esqueletos, ¡tienen hojas!

                                        "Soy el niño de E.T.", me gusta imaginarlo...

                                    Imagen parcial del mercado, un viernes


                                      Unos músicos tocan con calabazas



Cornwall                                                                                   20 de mayo

Son mis últimos días en Totnes, y una tristeza sigilosa anuncia mi retirada del condado de Devon, siempre verde, siempre aderezado con algunos rayos dorados, los bosques densos, las eternas colinas desnudas, onduladas, a merced del viento helado y la escarcha. Desde mi ventana, los campos centellean como la plata.

Más allá de Devon y sus colinas escarchadas, Cornwall es un bello apéndice de tierra en el extremo suroccidental de Inglaterra. Un tren confortable me llevó hasta allí un día de mayo, junto a varias amigas de la escuela: Japón, Brasil y Thailandia me dieron un poco de calor humano en el frío de la isla británica. Arrastradas por una locomotora de ritmo lento, surcamos varios bosques antes de alcanzar la península de Cornwall. Aún somnolienta dentro del vagón, llegué a vislumbrar varias playas salvajes, hasta que mis pies tocaron Saint Yves, Newquay, Penzance, antaño poblaciones entregadas a la pesca, hoy rincones pintorescos a pie de la costa, cobijo de artistas, surferos sedientos de olas, y locales de rostro endurecido por las corrientes del oceáno.

Era una mañana soleada en Saint Yves. Las callejuelas resplandecían alegres sobre los acantilados, y espléndidas playas de arena blanca abrazaban el cabo. Entre casas encaladas, asomaban diversas galerías de arte. En varias ocasiones, detuve la mirada sobre pinturas de corsarios y piratas, que encaramados sobre sus veleros, luchaban contra olas gigantescas, en mitad de la tormenta. Intenté imaginar los aguaceros reales en este rincón del planeta, los vendavales del invierno al borde de los peñascos, que en este momento resultaban amables e inofensivos sobre el mar turquesa.

Al atardecer, el ferrocarril nos condujo hasta la localidad pesquera de Penzance, menos romántica. Los tejados mohosos y grises daban fe de las lluvias. Allí, algunos establecimientos de "Fish and Chips" se alternaban con los kebabs regentados por familias extranjeras, de rostro moreno, ¿quizás Turquía? Pasamos la noche en un albergue de mochileros, en mitad de una calle de mansiones de estilo victoriano. Arropada en la litera de arriba, repentinamente se cruzaron en mi cabeza las noches del camino de Santiago, mi búsqueda de intimidad en la ausencia de ella, leo un libro, apenas dos páginas, me duermo, mañana a caminar de nuevo, alumbrada por el sol del amanecer. Me dormí entre recuerdos.

Al día siguiente, cruzamos en bote hasta Saint Michael Mount, un islote cubierto de bosques, coronado por un castillo. Parecía un cuento de vampiros. La isla flotaba, sugerente, entre las aguas de la bahía, mientras algunas nubes grises amenazaban la fortaleza. De regreso a Penzance, almorzamos junto al mar un buen plato de bacalao grasiento, recién abrasado en una freidora junto a gajos de patatas. Era la única posibilidad de comer pescado fresco a buen precio. Un tren con destino final a Londres, me devolvió a Totnes entre sueños, viajé dormida todo el trayecto.

La esencia salvaje de Cornwall descansa en mi corazón para siempre. Extrañamente soleados, mis días en Inglaterra.

                                                     Playa cercana a Newqay

                                                Saint Yves luce al sol

                                     Playas de color turquesa rodean Saint Yves


                                  Pinturas recuerdan el pasado corsario en Penzance

                                  Mount Saint Michael entre el mar y las nubes


Pecados que no se cuentan                                                    23 de mayo

Atardece en Totnes. Un horizonte colorado se apaga tras el prado, ceniciento ahora. Es ese momento en que el cielo se desdibuja, sumerge su vida fogosa en la quietud de algunas estrellas madrugadoras. Se vuelve añil, profundamente. Unos minutos más, y ya es casi de noche. Y los ojos, los míos, esos que a veces interrogan, y otras veces callan, parece que se acostumbran a la oscuridad creciente.

Hay pecados que no se cuentan, pero voy a confesar uno. Pellizcando la frivolidad, los pasteles de esta región me vuelven loca. Prometo que no soy golosa, pero decididamente, la "clotted cream" me enajena, me transporta, mece mi paladar en la dulzura excitante de un sueño cremoso sin fin. Sencillamente, es deliciosa.

Quisiera retratar el hilarante momento del azúcar en mis venas. Frente a la butaca tapizada donde reposa mi espalda, se despliega un escaparate de tartas jugosas, de chocolate, canela y uvas pasas, crema, nata y crema, ¿otra vez nata...? Todo descansa sobre bandejas doradas, clásicas, "de abuela". Bajo mis pies, se extiende una moqueta impoluta, de color granate y rombos violetas, la estufa está encendida, hay flores sobre las mesas. Un buen libro me acompaña, a la luz de una lámpara ¿puedo pedir más a la vida?

He tenido muchas ocasiones de soledad, con una taza de té entre mis manos, y el pastel "scone" embadurnado de "clotted cream" junto con la mermelada de frambuesa, disolviéndose en mi boca, entre sorbos de té inglés sobre una vajilla cerámica, estampada, "de abuela". Ahora leo unas páginas, ahora saco una fotografía... ¡No doy a basto conmigo misma!

En Totnes, he conocido la autosuficiencia. La felicidad se hace cada día a tu manera, tú eres el gran artífice, la persona creadora. La tristeza también forma parte de ella, de esa felicidad casera e íntima, que tú bien conoces, que está hecha de momentos preciosos y tedio, esa otra amargura insípida que tiene la monotonía... A veces, una sensación de incertidumbre me hace sentir incómoda. ¿Por qué estoy aquí? ¿a dónde voy? ¿para qué? La respuesta escapa a mi misma. Porque sabe, mi corazón calla.


                                           El lote completo se llama "Cream Tea"


                                           Una delicia para la vista y para el gusto


                                     Sobre el Scone, se unta la Clotted Cream


                                     El Cream Tea es todo un ritual en Devon


It's getting dark in Totnes. A red horizon turns off behind the meadow, gray now. It's that moment when the sky becomes blurred, life sinks in the calm of some early risers stars. The sky turns blue, deeply. A few minutes later, it is almost night. And my eyes, those who sometimes make questions, and sometimes are in silence, adapt themselves to the darkness.

No one should tell their sins, but I will confess one of them. Pinching frivolity, the cakes of this region make me crazy. I promise I am not greedy, but definitely, the clotted cream drives me mad, stirs my mouth in the exciting sweetness of a creamy dream without end. It is simply delicious.

I wish portray the funny moment of the sugar in my blood. In front of the wing chair where my back is resting, there is a shop window full of juicy pastries, made of chocolate, cinnamon, bloom raisins and cream... Everything is softly laid out on golden plates. Beneath my feet, some violet diamonds are drawn on the clean carpet. The stove is turned on, there are flowers on the table. I have a good book with me, under the warm light of a lamp. Could I ask more?

I have had many occasions of loneliness, with a cup of tea in my hands... The scone is covered by the clotted cream and the raspberry jam. Everything is dissolving in my mouth, between sips of English tea on the stamped ceramic. Now I am reading a few pages, now I am taking a photograph... It is too much for me! In Totnes, I have learned how to be self-reliant. Happiness is done in many ways, but you are the great architect, the only creator. Sadness is also a significant part of that happy and small home that you know so well, that is within you, plenty of pretty moments and monotony, another bitterness that is also neccessary to keep on living.

Sometimes, a sensation of uncertainty makes me feel uncomfortable. Why am I here? Where do I go? What for? The answer is beyond myself. Because he knows, my heart is silent.

Un tren a Londres                                                                     24 de junio

Un tren de regreso a Londres. Algunas lágrimas caen, silenciosas, ven pasar las estaciones, arropado mi desánimo por colinas y prados, más allá los ríos, el mar azulado. Así acompaña el bosque a la tristeza. Así, desde la ventanilla del vagón, mi desazón late serenamente, porque es el eco de lo verdadero, de lo hermosamente vivido. Porque en cada viaje, mi vida se hace, se imprime hondamente el destello de ese nuevo amigo, ya no te olvidaré nunca, eres parte de mi pequeña vida. 

Yo siento Totnes como un sueño afortunado. En la escuela del reloj, donde creció para mi un hogar de paredes centenarias en la quietud animada de una aldea; he aprendido, una vez más, que cada persona en este mundo aporta algo único a tu vida, una esencia que, grande o chica, toca tu forma de ser, te moldea, una y otra vez, te hace ser, eres por ella.

Ya se fueron las horas de las clases, los intermedios de café de máquina, las breves conversaciones entre chocolatinas, las eternas preguntas de "¿cuándo has llegado?" o "¿cuándo te marchas?", los encuentros espontáneos entre nacionalidades distintas, sin prejuicios, aprendiendo algunas palabras. En japonés, Paz se dice Heiwa. Un guiño de nostalgia. Y las vivencias, enrabietadas de certeza, enseñan.


Último día en Totnes, último Cream Tea

                        
                                                   La Escuela y su reloj


A train back to London. Some tears are falling, in silence. I see passing the stations, my discouragement is embraced by hills and meadows, beyond the rivers, the deep blue sea. This way, the forest accompanies sadness. This way, from the window, my uneasiness beats serenely, because it is the echo of truth, what I lived beautifully. Because in every journey, my life is done, deeply printed the flash of that new friend, I don't ever forget you, you are part of my little life.

I feel Totnes like a lucky dream. In the school with its clock, where a home grew up for me, between centuries-old walls in the vibrant stillness of the village; I have learned, once again, that every person in this world brings to your life something unique, an essence that, big or small, touches your way of being, it molds you, over and over again, it makes you to be, you are by it.

Gone are the hours of classes, the quick coffee during the break, the brief talks between chocolate bars, the eternal questions of "When did you arrive?" or "When are you leaving?", spontaneous encounters between different nationalities, without prejudices, learning some words. How do you say "peace" in Japanese? "Heiwa", the answer. It is a nod of homesickness. And the experiences, full of certainty, teach me.



Habitantes del corazón                                                                 31 de julio

Dicen que el alma empieza a envejecer cuando tiene más recuerdos que proyectos... Yo no sé si este corazón está vestido de anciana arrugada, pero mis recuerdos están vivos como un pájaro, laten con la fuerza de un ciclón, a codazos.

Hace dos años, me puse a cumplir sueños. En aquel tiempo, sin embargo, ignoraba que cada vez que ese sueño culmina, ese viaje acaba, esa experiencia termina, un vacío roto llena el alma de tristeza. Es la certeza de no tener cerca a las personas importantes que encontré como tesoros al amanecer, por el camino. Es la evidencia de que nada es permanente. Es saber que somos vida hecha de muerte, que morimos.

A menudo, baila mi dolor en el pasado, a veces alegre como un viento de verano, otras veces tibio de llanto. Ya no puedo volver, ya no puedo tenerte, amiga, amigo mío. Te llevo en el corazón, como a los muertos. Corazón loco, que ama y no se cansa. Corazón loco, terco y obstinado. Corazón loco, yo sé que eres sensato. Y tu sensatez me pesa y me da miedo. Soledad en mis brazos, a pesar de mis muchos y buenos amigos. La melancolía es dueña de mi cielo.

                                         







"It is said that the soul begins to age when you have more memories than projects... I do not know if this heart is dressed in wrinkles, but my memories are alive like a bird, my memories flap its wings with the force of a cyclone. 

Two years ago, I decided to fulfill my dreams. At that time, however, I ignored that whenever a dream culminates, a trip finishes or an experience ends, a sad gap fills the soul terribly. It is the certainty of not being close to the important persons that I found, like treasures at the dawn, on the way. It is the evidence that nothing is forever. It is to know that we are made of death, that we die. 

Often, my pain dances in the past, sometimes like a happy summer wind, sometimes like black tears. I cannot return, I cannot have you, my friend. I carry you in my heart, as to the dead. Crazy heart, who loves and does not get tired. Crazy heart, obstinate. Crazy heart, I know you are sensible. And your good sense scares me. Solitude in my arms, despite my many good friends. Melancholy owns my sky. Today."



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