Ven a fundir mi boca de deseos.
Ven a mezclar tu savia con la sangre de mis huesos.
Ven a morder mi piel con la quietud de tus sentidos.
Ven a castigar mi anhelo con la pasión de tus instintos.
Ven a escarpar mis cavidades con el perfume de tus besos.
Ven a encender mis dedos con el fulgor de tu destello.
Ven a fundirme en un beso.
Ven...
Ven a invadir el llanto de mis huecos.
Ven a negar la afirmación de lo perdido.
Ven a soplar la vela del hastío.
Ven a quemar la leña del castigo.
Ven a despertar el sabor de la locura.
Mátame, te pido.
Ven,
ven y mata mi delirio.
Ven,
ven a derribar el peso de la angustia.
La angustia de lo posible.
Angustia sórdida
por amarte tan solo una vez
en el infierno de la duda.
Ven a soslayar el precipicio.
Ven, te pido.
Ven,
ven a prensar mi carne en las paredes del aire.
Ven a romper mi corazón hasta las luces del alba.
Ven a magullar mi dolor hasta el último baile,
hasta el último silencio,
hasta el último fulgor de la noche espesa.
Ven a fundirme en el anhelo del beso.
El beso que se niega eterno.
El beso que no existe.
El beso que se muere a cada instante.
El beso que se muerde en su deseo.
El beso.
Añorado, indulgente,
soñado beso.
Inexistente.
Posible.
Real.
Caduco.
Ven y no vuelvas más.
Aprésame en tus redes
y suéltame luego.
Déjame sentir tu vértigo
y desnúdame en el miedo.
Mas vete después
y no atormentes mis sentidos
con la esperanza del azul intenso.
No atormentes mis entrañas
con la esperanza de ese beso,
que no existe más que en sueños.
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