Me asomé a la ventana de mi casa y vi un jardín lleno de rosas. Había muchos colores, pero ninguna roja. Y como rojo es el color del amor apasionado, alegremente pensé: Cuando nazca una rosa roja, nacerá para mi un amor nuevo.
Pasaban los días, yo me asomaba con entusiasmo. Bajo mi ventana, seis rosales verdes coronados serenamente amanecían. Qué bonito hallazgo, que alegría ese regalo, porque el asfalto inerte sin saberlo me ofrecía trocitos de vida a cada rato.
Hoy finalmente, asomada de nuevo, bajo mi ventana se mece, encaramados los rosales, una rama alta, tan alta que invita a los sueños, con una rosa roja, tan roja como la sandía por dentro. Un amor nuevo está en mi puerta sin saberlo. Bajo mi ventana, en concreto.