Por fin me quité los vestidos de princesa. Era como calzar un número cuarenta. También me quité las mariposas y las conchas. Me sentía incómoda, extrañamente pomposa. Me quité los lazos rosas, me quité las diademas sonoras, me hacían marca sobre la ropa. Y sobre todo, me quité tus abrazos de manta protectora. Ya me quité todas esas cosas. Son de niña boba.
Me quité los artificios, me quité los orificios por donde entraban los aromas finos, tan sutiles, tan destructivos. Me quité todos tus sonidos de niño listo. Me quité tu risa y tu estallido. Y ahora, con todo esto fuera, quitado y arrojado a ese lugar llamado olvido, me atrevo a decirlo:
Sin ti, HE CRECIDO. Sin tus vestidos. Sin tus regalos podridos. Sin tus silencios dañinos, sin tus ejercicios, sin tus regañinas, sin tus latidos. ¡Fuera los vestidos!